de mis soledades vengo..."
(Lope de Vega)
Trato de glosar en esta entrada un poema de J.R.J., concretamente, el que corresponde al número XCII, de Estío. En él, como en otros varios poemas de este libro y de otros, aparece el símbolo del 'jardín', mediante el cual el poeta representa su propio espacio vital. Al estudio de este símbolo he dedicado algunas de las páginas de mi artículo "El principio de inmanencia en la poesía de J.R.J." (ver mi libro De la Vida a la Teoría, pp. 83-84) En el poema aquí glosado el poeta procura consolarse de la pérdida de un amor, repoblando la soledad que ha creado la ausencia del amor perdido. El territorio de su intimidad (su 'jardín') se agrandará con el vacío creado por esa ausencia:
Cada día el claro bálsamo
del sol será más suave;
multiplicaré mis rosas
y se ordenará mi sangre.
Los vehementes ocasos
irán perdiendo ciudades,
se dilatará el jardín
rompiendo montes y mares.
El lugar en que la dicha
de dos fue vista, veráse
nuevo sin la dicha aquella,
bello por sus soledades.
Sin ti, no ¡conmigo! El alma
como el mundo, sola y grande.
Dirán los vientos: ¿sin quién?
Y mi corazón: ¡sin nadie!
Son muchas las personas en este mundo que están abocadas a la soledad. Yo he conocido a unas pocas, algunas de ellas muy cercanas a mí. El autor de estos versos menciona aquí uno de sus símbolos predilectos: el jardín. Nada menos que ocho poemas con este título encontramos en el mencionado libro. El jardín simboliza la intimidad, el último reducto en el que se refugia la persona. Pero este reducto, a fin de cuentas, abarcará a la totalidad del mundo. El alma ensanchará sus límites, hasta hacerlos coincidir con esa totalidad. Poblará todos esos rincones y el 'jardín' se dilatará hasta hacerse co-extensivo con el mundo. El yo irá colonizando, sucesivamente, todas esas soledades:
Yo solo dios y padre y madre míos
me estoy haciendo día y noche, nuevo
y a mi gusto... (Et., 97)
Las soledades las repuebla el poeta ampliando el ámbito del yo.
multiplicaré mis rosas
y se ordenará mi sangre.
Los vehementes ocasos
irán perdiendo ciudades,
se dilatará el jardín
rompiendo montes y mares.
El lugar en que la dicha
de dos fue vista, veráse
nuevo sin la dicha aquella,
bello por sus soledades.
Sin ti, no ¡conmigo! El alma
como el mundo, sola y grande.
Dirán los vientos: ¿sin quién?
Y mi corazón: ¡sin nadie!
Son muchas las personas en este mundo que están abocadas a la soledad. Yo he conocido a unas pocas, algunas de ellas muy cercanas a mí. El autor de estos versos menciona aquí uno de sus símbolos predilectos: el jardín. Nada menos que ocho poemas con este título encontramos en el mencionado libro. El jardín simboliza la intimidad, el último reducto en el que se refugia la persona. Pero este reducto, a fin de cuentas, abarcará a la totalidad del mundo. El alma ensanchará sus límites, hasta hacerlos coincidir con esa totalidad. Poblará todos esos rincones y el 'jardín' se dilatará hasta hacerse co-extensivo con el mundo. El yo irá colonizando, sucesivamente, todas esas soledades:
Yo solo dios y padre y madre míos
me estoy haciendo día y noche, nuevo
y a mi gusto... (Et., 97)
Las soledades las repuebla el poeta ampliando el ámbito del yo.