Musa, di tu oráculo y yo lo interpretaré
(Píndaro)
Poeta: intérprete de las Musas. Crítico: intérprete del poeta. La correa de transmisión, sin embargo, está incompleta, si tenemos en cuenta aquello de “Ab Iove principium”. El principio absoluto de la poesía sería, según esto, Júpiter: Zeus. Dios. Y, después de él, vendría Apolo, el Musageta: el maestro de coro de las Musas:
Quae Phoebo pater omnipotens, mihi Phoebus Apollo
praedixit, vobis Furiarum ego maxima pando. *
(lo que el Padre Omnipotente reveló a Febo, y Febo Apolo me reveló a mí, yo, la mayor de las Furias, os lo revelo ahora a vosotros)
Incluso las Arpías eran intermediarias entre Zeus y los seres humanos: el crítico literario sería el último eslabón, el menos divino, pero el más humano. Y, por ende, el más sujeto a error. De modo que la secuencia completa que recorre el mensaje poético hasta llegar al destinatario es: Zeus, Apolo, Musa, poeta, crítico. Toda una serie de intermediarios hasta llegar al lector. Ahora bien, esto es sólo una mera hipótesis de trabajo. Please, no lo tomen demasiado al pie de la letra. El crítico literario es, en todo caso, el intérprete del poeta, el que hace lo posible porque el mensaje de éste (si está cifrado, o es poco claro) llegue al destinatario final que es el lector.
Claro que el poeta podría, si quisiera, interpretarse a sí mismo. Algunos poetas, en efecto, han glosado su propia poesía. Lo hizo, por ejemplo, San Juan de la Cruz. Lo hizo Miguel Hernández cuando explicó, por medio de unos dibujos, su “Elegía media del toro”. Hoy, con los medios que la técnica pone a nuestro alcance, este mismo poema se puede aclarar perfectamente en un video que contenga los diferentes lances de una corrida.
Otros poemas de la etapa oscura, sibilina, de Miguel Hernández, están aún por descifrar. Quiero decir: No han sido glosados. Para el que quiera intentarlo, recomendaría aquí el libro Vocabulario de la obra poética de Miguel Hernández, de la profesora Marcela López Hernández (edic. Universidad de Extremadura, 1992)
Aquí voy a intentar una glosa de otro de los poemas taurinos de Miguel. Me refiero al titulado “Plaza”, es decir, el coso taurino. Comienza con una tirada de tres metáforas. Son las siguientes: “Corro de arena”, “noria de sangre horizontal”, y “concurrencia de anillos” (las tres van referidas al ruedo) Le sigue otra referida a los palcos: “marzos lluviosos de mantones, nutridos de belleza deseada”. Por último, los tendidos, en general. Se los ve como “humanos culebrones” (por las curvas, si no por los silbidos) Se trata de un público enardecido y exigente.
¿Qué piden? A los toriles, toros; / al torero le exigen el portento; / y caballos de más al as de oros.
En los palcos lucen bellas mujeres, ataviadas con mantillas. Hay en sus ojos, como en la plaza, sol y sombra. Pupilas luminosas y sombreado (rímel):
Sol y sombra en el ojo y el asiento:
avispas de momento
‘Soles y sombras’, también, en los asientos. Un público exigente y un griterío (‘¡Que salga el toro!’, ‘¡No lo piques más: lo vas a matar!’, ‘¡Arrímate, maula!, etc. etc.)
La plaza es “concurrencia de anillos”: “victoria de la circunferencia”. Esta disposición en anillos concéntricos recuerda los anillos de Saturno y por eso, en otra ocasión, se llama a la plaza “el Saturno de sol y piedra”. Los dos primeros anillos, a partir del ruedo, son los que forman las tablas y la barrera. En medio de ellos está el callejón. Estos primeros anillos son auténticas defensas: “paladiones”. A trechos, se distribuyen los burladeros (“refugios de madera”, que dice el poeta en otra ocasión).
En cuanto a los palcos, que el poeta llama “marzos lluviosos de mantones”, hay posiblemente una reminiscencia subliminal del refrán que dice “marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso”. Estoy por pensar que el poeta trastabilló un poco la memoria y adelantó a marzo las lluvias de abril. Posiblemente, se podría atribuir mejor a los mantones y mantillas el meteoro del viento, mediante el adjetivo ‘airoso’: “marzos airosos de mantones…”. No sería la primera vez que el poeta aplicaba el adjetivo ‘airoso’ en la doble acepción de ‘garboso’ y de ‘lo que produce viento, al revolearse’. Así en el poema “Elegía media del toro” habla del “crimen airoso del capote”.
Por último, ese público exigente al que nos hemos referido más atrás pide “caballos de más al as de oros”. Aquí la metáfora hace referencia al juego de naipes: el as y el caballo son sendas figuras de la baraja. En las antiguas corridas en que los caballos de los picadores no llevaban peto, ocurría con frecuencia que los caballos tenían que ser sustituidos, por los frecuentes despanzurramientos que sufrían durante la suerte de varas. Tenía que haber caballos de repuesto: “caballos de más”.
Pero, ¿qué es lo que el poeta llama el “as de oros”? Puede ser el ruedo de arena dorada. Puede ser el toro (“ínsula / de bravura / dorada / por exceso / de oscuridad”…)
En todo caso me falta consultar el Vocabulario de la obra poética de Miguel Hernández.
Pero hoy es fiesta y no se abre la biblioteca. Así que diremos aquella muletilla del humorista José Mota que mi nieto se encarga de remedar:
− Hoy, no. ¡Mañana!
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NOTA:
(Consultado el Vocabulario de la obra poética de Miguel Hernández, leemos que, según la autora, "el as de oros" sería el torero, 'estrella de los toreros vestido de oro'. Interpretación que no acaba de convencer. Nos quedamos mejor con 'el redondel de arena dorada que es el ruedo'. Como redondo es el 'as de oros'. Así serían tres las demandas del público, cada una dirigida a una cosa, o una persona: A los toriles se le piden toros; al torero, que haga maravillas ('el portento'); y, finalmente, al ruedo mismo, 'que tenga caballos de repuesto'.
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* Verg. A. 3.251-2