sábado, abril 10, 2010

MENÚ DEL DÍA

A veces, según se dice, “el que más mira menos ve”. Por concentrar demasiado la atención en un punto, deja desatendidos los demás. Ni los ojos grandes ven más que los pequeños, ni las orejas grandes oyen más que las chicas. El diálogo de Caperucita y la falsa abuela que es el lobo está empedrado de esta clase de sofismas. La falsa abuela le dice a Caperucita (quien la encuentra algo rara) que los ojos grandes que tiene ella, la presunta abuela, son ‘para verla mejor’. Y las orejas grandes, ‘para oírla mejor’. No es cierto. A veces, a mayor oreja corresponde mayor sordera.

Y esto es particularmente verdadero si se trata de esa especie de sordera que podríamos llamar ‘sordera democrática’. No hay peor sordera que la del que no quiere oír. Hoy día asistimos en política a muchos debates en los que se entablan discusiones a propósito de temas políticos entre participantes de distinta ideología. Suelen ser diálogos de sordos, de esos que, precisamente, ‘no quieren oír’, porque ya tienen formada su opinión en un determinado sentido. Diálogos de antemano destinados al fracaso.

En España vivimos una contradicción, desde tiempo inmemorial, que la Memoria Histórica quiere ahora poner en claro. Esa contradicción se hizo especialmente funesta con el franquismo. Ahí comenzó a tergiversarse la verdad para blanquear todo lo negro, (el franquismo, propiamente, trató de ‘hacer lo blanco negro’, y viceversa) Así al golpe de Estado se le llamó Glorioso Alzamiento Nacional, desde el estamento civil, y Cruzada, desde el estamento religioso. Hasta tal punto se creyeron legitimados los rebeldes, que trasladaron la acusación de rebelión a las víctimas de su propia rebeldía, la de los sublevados contra el sistema, legalmente constituido, de la República. Y dieron visos de 'salvación' a lo que, en realidad, fue 'ruina' de la patria.

El lenguaje se tergiversó al arbitrio del vencedor. Y las leyes se adecuaron a los efectos de consolidar un sistema inicuo, que desprotegía a los vencidos y, prácticamente, los dejaba huérfanos de derechos. La llamada Causa General puede darnos una idea de lo que aquí queremos reflejar. Durante muchos años los vencidos y sus inmediatos descendientes no tuvieron ni voz ni voto. Tras la muerte del dictador y la puesta en marcha de esa andadura que se denominó la Transición, los ‘sometidos’ procuraron cubrirse las espaldas, de la todavía amenazante ‘espada de Damocles’ del franquismo; y a ese fin se encaminó la llamada Ley de Amnistía, que ahora se quiere ‘utilizar’ para un fin que nunca antes le habían reconocido los herederos del franquismo: el de garantizar la impunidad de los propios crímenes. Aquel modesto paraguas para pobres trataba de ser una contramedida legal contra unas medidas ilegales, todavía no derogadas, que dejaban jurídicamente ‘con el culo al aire’ a los que provenían de la causa de los vencidos. Sólo contemplaba, según se ha informado en alguna entrada anterior, casos en los que aún cabía proceder judicialmente contra los vencidos. Esa ley no debería haber sido promulgada, si nuestra incipiente y valetudinaria democracia hubiera comenzado su andadura como es debido: derogando todas las leyes inicuas promulgadas por el franquismo, ya que nunca provinieron del Estado de Derecho.

Hasta tal punto es humilde la posición de quienes tuvieron que proveerse de una ley que les protegiera de eventuales abusos por parte de los que seguían manejando el cotarro, que hubo que arbitrar un recurso legal, una ley que garantizara el derecho de los vencidos a no seguir siendo perseguidos, potencialmente, por unas leyes impuestas por la dictadura que aún no habían sido derogadas. Y lo que es más grave, a fecha de hoy aún seguimos procediendo humildemente, sin exigir lo que legalmente está de nuestro lado y nos reconoce esa democracia que se supone que ya está vigente en este país. Recientemente se ha suscitado un movimiento de rechazo por Internet, en protesta contra la decisión del Tribunal Supremo de imputar al juez Garzón por delito de prevaricación. Bueno, pues el lema de ese movimiento de apoyo al juez Garzón se enuncia así: Investigar los crímenes del franquismo NO es delito. Creo que hubiera sido más propio de una democracia que merezca el nombre de tal el haber planteado la tesis desplazando el adverbio de negación NO al comienzo de la frase: NO investigar los crímenes del franquismo es delito (sobreentendido: en una democracia que merezca el nombre de tal)
Una democracia inviable, por defecto de forma, en la que un partido político, tras haber condenado el franquismo (en virtud de su incompatibilidad esencial con la democracia) se vuelve atrás por boca de su representante en el Parlamento Europeo, y no se reafirma en esa condena, sobre todo por llevar la contraria al rival político. Si es, además, porque en el fondo piensan que el franquismo no es condenable, hay que poner en entredicho la validez de su talante democrático

¿Qué confianza puede inspirar en el ciudadano medio un partido que se empeña en la no condena de la dictadura?

lunes, abril 05, 2010

SAN ANTONIO Y LOS PAJARITOS

*El día y la noche, por Escher


De pequeño escuché más de una vez el romance popular (combinación de romance y romancillo) que narra el milagro que hizo San Antonio cuando era un niño. Todavía conservo en la memoria algunas estrofas de la trova milagrera, pero quise recordar la pieza íntegra y, para ello, recurrí a Google. Localicé enseguida la copleja, pero (aviso para navegantes e internautas incautos) a costa de adquirir un virus, un troyano, en el PC. Las informaciones me fueron transmitidas en inglés, ya desde el primer momento de la invasión, de parte de cierta entidad comercial que, de paso, me recomendaba comprar el correspondiente antivirus. Tenía tres modelos donde elegir: uno cuyos efectos protectores duraban tres meses; otro, un poco más caro, que me protegía el doble de ese tiempo y, finalmente, un tercero, por 70 €, que me ofrecía una protección para toda la vida. Naturalmente, no pinché en el “purchase now” (‘compre ahora’), ya que lo más lógico es pensar que los que te ofrecen el remedio del antivirus son los mismos que te han dado primero el veneno: el virus. Estas cosas habría que ponerlas inmediatamente en manos de un abogado, si no fuera porque uno piensa que, al tomar ciertas medidas, lo único que va a conseguir es facilitar la ocasión de fraude a un mayor número de bribones. Así que me he estado quieto.

Tengo otro ordenador (éste es de los llamados portátiles) y espero poder arreglarme con él durante una temporada, mientras los técnicos me ‘purgan’ el ordenador de mesa.

Los pajaritos de San Antonio y los pajarracos de Internet se han confabulado para fastidiarme. ¿Castigo del bendito San Antonio? La verdad es que pensaba chotearme un poco, a cuenta de la letra pintoresca y naïf del romance:

Antonio divino y santo, / suplicadle a Dios inmenso / que por su gracia divina / alumbre mi entendimiento,/ para que mi lengua / refiera el milagro / que en el huerto obrasteis / de edad de ocho años./ (Repárese en el tratamiento de ‘vos’, de sabor arcaico, dado al santo)

Toda una precocidad taumatúrgica, sólo quizás igualada por los evangelios apócrifos en el caso de Jesús Niño.

Sigue la historia, diciéndonos que “Desde niño fue criado/ en grande temor de Dios / y de sus padres amado / y del mundo admiración. / Fue caritativo / y perseguidor / de todo enemigo / con mucho rigor.

Lo de caritativo era, por lo visto, compatible con lo de perseguir a los enemigos ‘con mucho rigor’. Lo cortés no quita lo valiente.

Resumiendo (porque el romance/ romancillo resulta un poco largo) el milagro consiste en lo siguiente: el padre del niño tiene que ausentarse del huerto familiar y encarga al hijo, ya tocado con la santidad, que durante su ausencia cuide de que los pajaritos no causen destrozos en el sembrado y en los árboles frutales del huerto. ¿Qué hace el santo niño para complacer al papá? Pues organiza una encerrona a todos los pájaros y las aves, en general, de la comarca. Al conjuro del infantil guardián del huerto, todas las aves consienten en meterse en una nave (amplia debería de ser) y, cuando el padre vuelve y pregunta al crío cómo ha cumplido su encargo de velar por el huerto, el niño le cuenta lo que ha hecho. Y el padre comprueba que todo el averío de la zona ha sido secuestrado por el santo niño, para cumplir con la mayor eficacia el encargo que le había encomendado su progenitor.
Ante tamaño prodigio, el padre cree conveniente avisar a las autoridades eclesiásticas y acude hasta el obispo en persona para admirar el portento.

Y, en presencia de la autoridad eclesiástica, se procede a libertar a las aves cautivas, muchas de ellas sin causa racional que justificara ese cautiverio. En efecto, según el relato detallado de las aves que van siendo puestas en libertad, hay bastantes de ellas que no son granívoras, ni fructívoras; entre otras las pertenecientes a la subfamilia de las rapaces, que como todos sabemos, son carnívoras: águilas, búhos, mochuelos...

Y es que el ‘pajolero’ crío no hacía distinciones entre aves dañinas y aves beneficiosas: a todas las consideraba un peligro potencial para el huerto del papá. Estaríamos aquí en el primer caso de lo que podríamos clasificar como el milagro-travesura, o el milagro-trastada.

¡Qué diría el señor obispo, ante la barrabasada del santo niño?


No lo sabemos. Pero puede que pensara: "este chico promete".