domingo, octubre 11, 2009

NUESTRA CUENTA PENDIENTE CON LA FELICIDAD

En definitiva, el hecho de derramar lágrimas, con ocasión de sucesos venturosos, viene a denotar una característica de la naturaleza humana. Me he ocupado del asunto en un artículo más extenso que se publicó en la revista Encontros-Encuentros y que lleva por título “La nostalgia del Paraíso en la poesía” (1). Lo incluí posteriormente en mi libro De la Vida a la Teoría, publicado hace unos años (2)

Es un hecho palmario el que enunciamos en el título de este artículo. Los seres humanos, por el hecho de serlo, tenemos una cuenta pendiente con la felicidad, estamos ‘vocados’ a ella (si no ya ‘abocados’) de una manera irrenunciable.

Este compromiso nuestro con la felicidad parece que lo llevamos impreso en los genes. De él se han dado varias interpretaciones teóricas, acaso la más antigua sea la de Platón. Su teoría de la reminiscencia tiene numerosos adeptos, entre ellos, muy conspicuas figuras de las letras universales. Una de éstas es el portugués Camões, que demuestra haber entendido muy lúcidamente la teoría platónica de la reminiscencia. El ser humano tiene, según ella, una experiencia innata de la felicidad. Dice el épico portugués:




Mas, ó tu, terra de Glória,
se eu nunca vi tua essência,
como me lembras na ausência?
Não me lembras na memória

senão na reminiscência

(Mas, oh tú, tierra de gloria,
si yo nunca vi tu esencia,
¿cómo es que siento tu ausencia?
No te añoro en la memoria
sino en la reminiscencia)

Esa ‘reminiscencia’ no es otra cosa que la memoria innata de la felicidad. Así lo explica el escritor espiritualista José Mª Cabodevilla:

Si entendemos la felicidad como una privación es porque en algún momento, de hecho o de derecho, fuimos felices. ¿Cuándo? Por debajo de la memoria personal debe existir una memoria más honda, la memoria de la especie, esa que guarda el recuerdo de un paraíso anterior a toda historia y prehistoria. ¿En qué vida astral, en qué remotísimas entrañas maternas supimos que existe la felicidad? (3)

Las lágrimas que brotan en nosotros ante cualquier encuentro esporádico con la felicidad nos remiten a esa cuenta pendiente, despiertan en nuestra alma la nostalgia inmarchitable del Paraíso perdido. La felicidad ocasional nos trae el recuerdo de la felicidad absoluta por la que secretamente suspiramos.

Puede que sea la huella de Dios, su impronta inconfundible. Porque, en el fondo, −no lo olvidemos− Dios no es otra cosa que la concreción del Bien Absoluto, o también, el Bien Supremo.
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(1) Encontros–Encuentros, Olivenza, 1989, nº 1, pp. 69-83


(2) Editora Regional de Extremadura con la colaboración de Caja Badajoz, Zafra 2001, pp. 151-166
(3) Cf. José Mª Cabodevilla, Feria de utopías, BAC, Madrid 1974, p. 119

sábado, octubre 10, 2009

Entonces…¿nunca se llora de alegría?

Consultando unos textos de autores latinos me he topado con unas consideraciones de Séneca el Mayor, padre del filósofo Séneca y abuelo del poeta Lucano. Si mi interpretación del texto latino es correcta (y espero que lo sea) lo que llamamos ‘lágrimas de alegría’ resultaría una expresión inexacta: piensa el viejo Séneca que nunca se llora de alegría, sino que la verdadera causa de las lágrimas queda disimulada, oculta, mediata, por más que la ocasión próxima de ese llanto, cuya verdadera causa no acertamos a discernir, pueda ser un suceso jubiloso. Así, por ejemplo, dos personas que se quieren, al volver a encontrarse, después de una larga separación, sienten que las lágrimas afloran a sus ojos. Si el hecho mismo de encontrarse presupone la alegría del reencuentro, ¿por qué afloran las lágrimas a los ojos de ambos? ¿Por qué el logro de aquello que se ha deseado ardientemente hace que broten las lágrimas? La explicación que solemos dar del fenómeno es que hay lágrimas de alegría, lo mismo que hay lágrimas de dolor. Para el patriarca de los Sénecas sólo habría lágrimas de dolor, nunca de alegría. Lo que esas presuntas lágrimas de alegría delatan es el antiguo dolor, la angustia represada, que aprovecha el instante de la alegría para dar libre curso a las lágrimas, como en el garcilasiano “¡salid sin duelo, lágrimas, corriendo!”. He aquí, extractado, el pasaje de Séneca el Mayor en el que se expone la sagaz teoría:
La lágrima siempre es indicio de que algo no ha salido a la medida de nuestro deseo; las lágrimas son señal de nuestra desazón, y el exponente de ese rechazo de nuestra alma. Nadie llora jamás por tener lo que desea. Las lágrimas son el efecto de salir al exterior el dolor reprimido en el alma y de romperse un silencio no soportable por más tiempo. Así, aquel que llora sobre las cenizas de su patrimonio, aborrece el incendio; el que llora por un naufragio odia el mar; el llanto es la más comedida expresión de aborrecimiento de la humana penuria.*

Se llora, pues, no por la alegría que nos produce el logro de algo que hemos deseado intensamente (en general, nuestra felicidad) sino por el dolor que nos ha producido, hasta ese preciso momento, la separación del objeto deseado. Lo explica también el viejo rétor latino: “derramábamos lágrimas por la pena de nuestra anterior separación”**

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* Lacrima semper indicium est inoptatae rei; lacrimae pignora sunt nolentium et repugnantis animi vultus index. Nemo umquam quod cupit deflet. Lacrimae coacti doloris intra praecordia et intolerabilis silentii eruptio. Sic ille qui super cinerem deflet patrimonium odit incendium; sic qui naufragium deflet maria detestatur. Fletus humanarum necessitatum verecunda exsecratio est. (Contr. exc. 8.6.1.25 ss.)

** ...fundebamus lacrimas ex paenitentia discidii prioris (ibid. 8.6.1.41)

lunes, octubre 05, 2009

FÁBULA DE LOS DOS LOROS



* Dibujo de Castelao


Circula por ahí un chiste de cuya filiación no cabe tener duda, una vez conocido su contenido. Se trata de un loro malhablado, que despotrica más bien a diestro que a siniestro, contra Zapatero, con ese odio visceral que el mandatario de las cejas circunflejas provoca en ciertos sectores de la oposición. El dueño del loro malhablado, preocupado, al parecer, por esa lengua maldiciente que repite obsesivamente “¡Zapatero, cabrón, hijo de puta, muérete!”, busca consejo para que su loro adopte un lenguaje más civilizado. Y qué mejor remedio que la compañía y el trato de un loro como Dios manda, educado en los principios religiosos. Le aconsejan que pida prestado por unos días el loro que es propiedad del cura: un loro al que se le supone bien hablado y educado en las prácticas piadosas.

Al cabo de algún tiempo alguien, le pregunta al dueño del loro mal hablado qué tal ha sido el resultado de la convivencia de su loro con el loro del clérigo.

Ahora es peor – contesta- pues cuando mi loro dice lo de “¡Zapatero, cabrón, hijo de puta, muérete!”, el loro del cura contesta:

− “¡Te lo pedimos, Señor!”.

Hasta aquí la fabulilla.

Lo que sigue bien podría ser un comentario al hilo de la historia, una apostilla que está en consonancia con las enseñanzas de la Historia, con mayúscula. Y que no es otra sino la confirmación de que cuando la extrema derecha se alía con la Iglesia, el odio se reviste de piedad. El genocidio se santifica (la guerra santa) con el nombre de Cruzada. Y todo crimen se justifica con la consigna suprema de “¡Por Dios y por España!”.