martes, octubre 24, 2006

DIÁLOGOS SOCRÁTICOS A PROPÓSITO DE LA MEMORIA HISTÓRICA (II)

Escena: Un lugar del Pozo de Arriba en Aceuchal (Badajoz), hacia 1942. Un grupo de chicos sentados en el suelo, frente a la casa solariega del s.XVIII, que estuvo habitada por Fernando Argueta.
Personajes:
. Dexítero (mozalbete)
. Aristerós (niño)
. La sombra de Sócrates
. Voz en
off de Jantipa, increpando a Sócrates DEXÍTERO: – Mi familia siempre ha sido de derechas
ARISTERÓS: – ¿¡?
LA SOMBRA DE SÓCRATES: – Con esos antecedentes se supone que tú también serás de derechas.
D. – ¿Yo? Naturalmente: de derechas hasta los huesos.
S. – Ahora dime, Dexítero, tú ¿cuántas manos tienes? (Si estás, como parece, normalmente constituido)
D. – Tengo dos manos, míramelas.
S. – Y ¿cómo haces cuando quieres referirte a cada una de ellas en particular? ¿No empleas, acaso, el término “derecha” para referirte a la que corresponde a ese lado de tu cuerpo, e “izquierda” a la que corresponde al otro lado?
D. – Necesariamente, así es, Sócrates.
S. – Y, correlativamente, puesto que gozas de integridad física, tendrás que admitir que tienes un ojo derecho y un ojo izquierdo, una oreja derecha y una izquierda, etc. Luego, en tu cuerpo, hay miembros que corresponden a una parte derecha y, otros, a una parte izquierda; por más que tú te declares fervorosamente partidario de una de esas partes, con menosprecio de la otra. Con esto quiero hacerte entender que no eres, como tú dices, “de derechas hasta los huesos”, sino que tienes huesos “de izquierda” y huesos “de derecha”.
D. – No me refería a la fisiología, Sócrates, sino a la política. Quiero decir que soy decidido partidario de la ideología que ha resultado ganadora en la reciente guerra civil.
S. – ¿Cuál es esa ideología? ¿Qué valores políticos defiende? Porque, sin duda, si es políticamente correcta (y fíjate que la palabra “correcta” está semánticamente emparentada con “derecha”) se ordenará a la consecución del “bien común”, aspirará a beneficiar al conjunto del cuerpo social, no sólo a una de las partes de ese conjunto, ya sea a la izquierda o a la derecha.
Ahora bien, la política de la “derecha” ha actuado de manera insolidaria, defendiendo sólo sus propios intereses y privilegios, lo que ha provocado la enemistad y la irritación de la parte menos favorecida, y esto ha dado lugar a la reacción violenta de los más exaltados de esa parte. Se ha originado la discordia civil, ante todo por la llamada “lucha de clases”: los pobres contra los ricos. Las instituciones eclesiásticas, o las religiosas, y sus ministros han tomado decididamente partido por los más favorecidos económicamente. Y en esta tesitura y en este enfrentamiento una parte del ejército, violando su juramento de lealtad a la República (es decir, al estado de derecho, constituido por ley) ha tomado partido también por los ricos.
Ha habido, a mi entender, un error atroz por parte de quienes han mutilado el cuerpo de la patria. Al neutralizar a la izquierda se ha producido, lamentablemente, la manquedad del pueblo español. De esto tendrán que responder, ante Dios y ante la historia, quienes han apoyado el levantamiento franquista.
VOZ EN OFF DE JANTIPA LLAMANDO A SU MARIDO:

– ¡Sócrates! Déjate de monsergas y vente a comer, que está la mesa puesta y tus hijos tienen que ir al gimnasio.

domingo, octubre 22, 2006

Un desahogo permitido ("La brigada del amanecer")

Entre mis papeles guardé mucho tiempo un poema del admirado Agustín de Foxá, recortado de las páginas del ABC, allá por los años 50, titulado “La brigada del amanecer”. La libertad de desahogo era entonces privativa del bando vencedor, de modo que el poeta falangista podía explayarse a sus anchas en una magnífica soflama, la del poema citado más arriba, en la que el genial escritor anatematizaba las fechorías de un grupo de matones que se dedicaba a hacer “sacas” por su cuenta, quizás con la anuencia de los responsables del Frente Popular. Como quiera que fuese, tales desmanes eran, a todas luces, odiosos y execrables. Nos unimos al anatema de aquellos facinerosos que hace Foxá, no sin advertir, en aras de la justicia histórica, que, mutatis mutandis, algo muy similar hubiera podido decirse de ciertos grupos de falangistas que constituían otras tantas brigadas de matones. En este caso las víctimas no tenían en sus casas, seguramente, vitrinas “con abanicos de óperas antiguas”, ni “espadas de panoplia”, ni “marfiles”. Eran pobres jornaleros, menestrales o artesanos de aquellos que Jorge Manrique llamaba “los que viven por sus manos”. Así que el anatema de Foxá podía perfectamente aplicarse a los correligionarios del prócer falangista. Transcribimos aquí el poema íntegro, aplicándolo, como las misas, por la intención de cuantos cayeron a manos de las “otras” brigadas del amanecer


La brigada del amanecer
Subían con el alba...
como piratas de nocturnas voces,
-patillas y fusiles- encendidos,
odio en el dril y el corazón saltando.
Cercaban las angustias de las casas,
la intimidad de lechos y de alcobas,
y ya era la escalera
cascada de palabras y de luces.
Y el ascensor, posándose en su hueco,
como un grito que queda en la garganta.
Y un revolver de Cristos con alfombras,
de paños y juguetes, libros, rosas,
espadas de panoplia, con marfiles.
Y allí la ropa tenue, blanca o rosa,
de la muchacha, con olor a novia.
Y el tiragomas del hermano muerto,
la almohada de la niña con su lazo,
la sábana nupcial, y la vitrina
con abanicos de óperas antiguas;
la violeta secada en la novela,
el rizo, el primer diente en orla de oro,
los lentes del difunto padre, helados
con el vago recuerdo de sus ojos.
¡Todo -furia infernal- todo lo tierno
se rompía en sus dedos sin pasado!
Asesinaban los borrosos muertos,
supervivientes en pequeñas cosas.
Rasgaban con las duras bayonetas
los lienzos con las Vírgenes pintadas,
las copias, inocentes, de Murillo,
cuyos corderos presidieron sueños,
fiebres, suspiros, besos y agonías.
Era la horda cargada de intemperie
fumando en un balcón de Reyes Magos
junto a la palma de un domingo antiguo.
Se llevaban al pálido muchacho
(de latín y de novia), y la escalera
repetía el sollozo de la madre
ululando en la noche sin faroles.
Y abajo estaba el auto, y la siniestra
sonrisa del "paseo" hacia la muerte.
Hacía un polvo y un yeso de cipreses,
para tirar en un solar la carne
que abrigaron la madre las hermanas,
para llenar de hormigas una boca
que bebió dulce leche y tibios besos.
Era la horda del alba, la manchada
y descompuesta y verde; entre dos luces,
entre luna y aurora, con la sangre
como un aceite sobre el mono infame.
¡Brigada de las tres de la mañana!
¡Maldita seas, enemiga nuestra!
Violadora de cándidos secretos,
cuando el reloj del comedor sonaba
evocando las cenas familiares.
¡Las casas sin honor y sin recuerdos
maldicen vuestra sangre vagabunda!

Agustín de Foxá, Conde de Foxá
(De la Real Academia Española)

De la caja de Pandora a la olla exprés

En un reciente artículo publicado en El País (14-10-2006) titulado “Memoria, justicia y convivencia”, el autor, Ramón Jáuregui, se planteaba la cuestión de si hay “deudas pendientes” que saldar con los perdedores de la Guerra Civil y, en caso positivo, si “debemos abrir la caja de Pandora de tan delicados y apasionados recuerdos”.
Si aceptamos de entrada el símil de la caja de Pandora, lo más sensato es dejarla cerrada. Pero si dejamos por un momento a un lado los símbolos de la vieja mitología y preferimos apelar a otros, más acordes con los tiempos que corren, podemos comparar el recipiente que ahora se trata de abrir a una olla exprés, aquella en la que se contiene la sustancia de la que va a nutrirse nuestra futura convivencia. La democracia ha estado cociendo pacífica y pacientemente desde que, en 1978, se aderezó con los ingredientes de la nueva constitución. Se ha esperado un tiempo, más que prudencial, para abrir esa olla-exprés, sin que su contenido, en ebullición, nos explote y nos abrase. Pero hay, por fin, que abrirla, pues los españoles todos, sin excepción, vamos a sentarnos a la mesa de la participación, vamos, por fin, a tomar en común esa comida de hermandad y de convivencia que es la democracia.
De esa mesa participativa estuvieron excluídos, durante el franquismo, los españoles del bando perdedor y sus familiares y herederos. Y ahora, al incorporarse a ella, recuerdan, inevitablemente, las penurias padecidas.
“Deudas pendientes” es, naturalmente, otra metáfora de valor simbólico. Estamos en el terreno de las analogías. La lógica de esas secuencias metafóricas, que son las alegorías, nos obliga a admitir que, si hay “deudas pendientes”, sin duda habrá unos acreedores y unos deudores. ¿Quiénes son unos y quiénes son otros? ¿Serán, acaso, los que se sientan en la filas de la “derecha” los deudores, y los que se sientan en las filas de la “izquierda” los acreedores? No, no. La alegoría no nos sirve, no se trata de deudas personales. Además, la derecha podría igualmente plantear reivindicaciones y protestas si se le intenta hacer responsable de los “platos rotos” de la guerra. Las reivindicaciones hay que plantearlas, desde luego, en términos de equidad democrática. La derecha presenta también sus reclamaciones y, junto a ella, puesto que hicieron causa común, la iglesia saca a relucir sus mártires. Y así los, por un lado, acreedores se convierten en deudores, y viceversa. No se trata de ponerse a contar muertos (que, sin duda, hubo más del bando de los perdedores) No se trata de exigir cuentas a nadie en particular. Por eso cuando oigo decir a alguien:
–¿Qué me vienen ahora con cargos a cuenta de los desastres de la guerra civil, si yo no había nacido?
Yo le suelo contestar. Nadie te está pidiendo cuentas ni responsabilidades de aquello. Sólo que, como descendiente y heredero de uno u otro bando, sea el de los vencedores o el de los vencidos, tendremos que admitir los errores por parte de unos y de otros, y reconocer las culpas respectivas. No se trata de culpas personales, sino colectivas.
Lo que los herederos del bando perdedor piden de la generosidad del bando ganador es que nadie se moleste porque ahora se esté procurando buscar los huesos de unos seres queridos que no tuvieron en su día sepultura ni honras fúnebres, para procurarles, aunque sea fuera de tiempo, honores póstumos. Y que desde la libertad de la democracia se pueda proclamar la ilegalidad de la dictadura, sus atropellos y sus desmanes, justificados desde unas cuantas falacias y simplificaciones como la de que todos los republicanos fueron marxistas, o quemaiglesias, o matacuras. La guerra civil no fue una “cruzada” sino una rebelión militar contra el pueblo español. La dictadura fue una forma de gobierno ilegal, adoptada contra la voluntad popular expresada en las urnas, etc.etc.
Todos los que participan del sistema democrático, todos los que se sientan a la mesa hogareña que es la patria común, deberían compartir unos cuantos axiomas fundamentales de la democracia y uno de ellos es la condena de la dictadura y, consiguientemente, del franquismo.
Este consenso fundamental puede ser el comienzo de una alternativa política en la que la derecha vuelva a tener futuras oportunidades.
No, desde luego, con la política de intoxicación que últimamente se está desarrollando desde algunos medios de comunicación.
Y no señalo a nadie por si PECO.

sábado, octubre 21, 2006

La culpabilidad en el inicio de la Guerra Civil

Los exégetas de la Historia afectos a la causa vencedora, en su deseo de justificar a quienes promovieron el levantamiento militar del 18 de Julio (1936) tienden a desviar toda la responsabilidad y la culpabilidad cargándola sobre los vencidos. Es la estrategia de los tergiversadores a lo Pío Moa, que ya se inicia desde los primeros días de la rebelión militar, llamando “rebeldes” precisamente a quienes fueron las víctimas de esa rebelión. Según esta singular teoría, la culpabilidad de la Guerra Civil es achacable, en primera instancia, a todos los afectos a la causa republicana. La ejecución de muchos de los represaliados, pertenecientes al bando fiel a la República, se justificó paradójicamente por el delito de “auxilio a la rebelión”. ¿Qué rebelión? Pues, cuál había de ser: la que dio lugar a que se produjese la salvadora reacción militar.
Según esta sabia explicación, la Guerra Civil no la iniciaron los militares sublevados el 18 de Julio del 36, sino los levantiscos sediciosos de la llamada “revolución de Asturias”, en 1934. Ahí estuvo, según la peregrina tesis de Moa, el verdadero inicio de la Guerra Civil, no en la disciplinada, planeada y justa conspiración militar de Mola, Franco, Queipo y demás salvadores de la Patria.
Tal estrategia exculpatoria se aplica, incluso, a sucesos puntuales que tradicionalmente han contribuido a desprestigiar ante la opinión mundial la legitimidad del Alzamiento, por ejemplo, la muerte de García Lorca. Ahora, al cabo de los años, se descubre el pastel: la muerte del gran poeta se debió a rivalidades entre la familia del propio Lorca. Incluso el infame Trescastro, ya saben, el que le metió los tiros “por allí”, estaba emparentado con el poeta. Y no hablemos de las bajas entre anarquistas y otros revolucionarios que actuaban por libre, y que fueron eliminados por elementos de la izquierda.
No, señores. La responsabilidad de la Guerra Civil recae plenamente sobre unos militares que habían jurado lealtad a la República, es decir, a la Patria. Y que dejaron de considerar a ésta como un conjunto de ciudadanos a proteger, para tomar partido por un sector de la sociedad que mantenía una situación de injusticia, opuesta al logro del bienestar general, que era el principal objetivo de la república, noción implícita en el mismo concepto contenido en esa palabra.
Las algaradas, las revueltas, los desmanes y los excesos, que los hubo, debieron ser corregidos de muy distinta manera. El mayor de los Séneca, con muchos siglos de anticipación, denunció lo absurdo de una solución como la que los militares sublevados pusieron en práctica en 1936: “Quis, ut seditiones leniret, turbavit rem publicam?” (Contr.2.6.4.23) (¿Quién, para aplacar revueltas, trastornó el orden constitucional?) Es como si, para aplacar el dolor de cabeza, aplicáramos el expeditivo remedio de cortar la cabeza. Los desórdenes de una república que iniciaba su andadura, inexperta por tanto, no debieron atajarse eliminando el sistema, y, sobre todo, a sus partidarios; ya que ello supuso remediar los desórdenes particulares con otro desorden aún mayor como es la dictadura. Es cierto que la República, o el orden constitucional, nacía con una cierta tara congénita, debido a sus propias carencias. Defectos corregibles con la instrucción y la cultura. Uno de esos defectos congénitos de la segundogénita república era, precisamente, la falta de instrucción y de cultura, a la que difícilmente tenía acceso la clase proletaria. Lo he escrito ya en otro lugar y en otra lengua (la antigua lengua de los romanos)
: “Una república inculta no puede subsistir” (http://ephemeris.alcuinus.net/folia.php?id=46)
Esa falta de cultura, precisamente, dio lugar a ciertas torpezas y desmanes que hoy lamentamos quienes vemos la segunda república como la gran oportunidad que tuvo España de ser una de las adelantadas entre las demás naciones de Europa. Y esas torpezas y desmanes servirían para justificar la implacable represión que vendría después: lo que podríamos llamar el desquite de los ricos.
Enumeraré algunas de estas torpezas que creo haber intuido cuando sólo tenía tres años de edad. En mi pueblo, mi padre me llevaba con él algunas veces al ayuntamiento, donde trabajaba como auxiliar de oficina. Recuerdo haber visto en el zaguán de la Casa Consistorial muchos aparatos de radio amontonados. Eran como objetos de lujo, confiscados a los ricos. ¿Quién pudo mal-aconsejar a aquellos pobres socialistas primarios tan rudimentaria medida para corregir la desigualdad social? ¡Privar a los ricos de sus receptores de radio, uno de los más ufanos indicadores de su nivel de vida!
Mis queridos socialistas pobretones: ¡Dejad a los ricos disfrutar de sus bienes, mientras vosotros lucháis por adquirirlos para disfrutarlos también, como ellos!
Pero, claro, los pobres infelices pensaban con cierto rencor, que aquellos “objetos de lujo” se habían adquirido a costa de los salarios de miseria que ellos percibían.
Fue un error garrafal. Y aún sería mayor el error de meter en la cárcel a cierto número de propietarios y terratenientes (¿bajo qué acusación?) Y error gravísimo la enemiga contra los curas y los frailes. Y las quemas de algunas iglesias y conventos. Pero, ¿dónde estaba el Gobierno, que no protegía a sus votantes de la comisión de todas estas torpezas que, a la larga, iban a justificar el implacable desquite? ¿Por qué consintieron que se desprestigiara así el buen nombre de la República, palabra que de suyo implica disfrute participativo de los bienes comunes, lo que los ingleses tradujeron un día con la palabra equivalente de Commonwealth?
Sí: las torpezas de ciertos republicanos mal aconsejados echaron a perder el invento de la república. Y sobre esas torpezas se pudo levantar todo el tinglado de la propaganda fascista: salvación de la patria, defensa de la religión, cruzada, bla, bla,bla...
Los ricos habían salvado su patrimonio y habían conjurado, para largo, el peligro de una República que amenazaba sus privilegios.

LA MATERIA DEL SUEÑO

He decidido editar mi propio blog, o cuaderno de bitácora, que titulo “La materia del Sueño”. Desde que se inventó la navegación (denostada por los antiguos en un tópico que se ha hecho famoso) ha habido, sucesivamente, argonautas, astronautas e internautas. Estos últimos no son los menos osados. Hoy navegar por Internet es tan necesario como ayer lo fue navegar por el mar.
Los sueños, como las utopías, no tienen consistencia real. Pero también se ha dicho que “las utopías de hoy son las realidades de mañana”. Los sueños pueden considerarse también utopías con vocación de realidad. Fue el premio Nobel Martin Luther King el que inmortalizó su, en principio utópico, sueño de conseguir la igualdad de derechos para los de su raza, en aquella célebre frase “I’ve a dream”, en la que manifestaba sus propósitos.
Lo que pasa con los soñadores es que no suelen caer bien a los demás, sea por envidia o porque sus planes chocan con los intereses creados, como en el caso de King. José, el famoso soñador bíblico, fue vendido por sus hermanos. Luego se abrió camino como futurólogo en Egipto, triunfó y ayudó generosamente a los suyos.
El sueño se convierte en el símbolo por antonomasia de lo irreal. En la práctica, a la vida, real, suele contraponerse el sueño, irreal. Sólo el espíritu barroco, desengañado de la realidad, se atreve a identificar la vida con el sueño: “somos de la misma materia de los sueños”, dice Shakespeare por boca de Próspero, en La tempestad. “La vida es sueño”, es la fórmula por excelencia del desengaño barroco.
Uno de mis actuales sueños-utopía es contribuir a la reconciliación de esas dos Españas antagónicas de que hablaba Machado (Antonio). ¿No habría manera de ponerse de acuerdo entre los herederos de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra civil?
¿No se podrán acercar posturas, de modo que cada una de las partes admita los propios errores y los condene?
Pero esto es difícil. Requiere no poca generosidad por ambas partes. No obstante, ¿por qué no intentarlo?